Hablar de La Biblia en pleno siglo XXI es más que un desafío. En principio, porque dentro del racionalismo actual existen posturas pretenciosas donde es más fácil banalizar todo lo relativo a la religión y adoptar una mirada autoritaria y ridiculizadora frente a aquellos que eligen creer. Sin dudas las religiones han de explicar muchas fallas endógenas propias de las trampas de sus dogmas, y también han sido responsables de grandes aberraciones por medio de sus vetustas instituciones. También han perdido terreno frente al nuevo y pujante concepto de “espiritualidad”, una corriente abstracta y amorfa que cada vez (por moda o no) tiene más adeptos gracias a su flexibiliad y por una cuesitón además innegable: la espiritualidad es algo mucho más grande y abarcativo que la religión. Aun así, espero que todos estos motivos no nublen nuestra capacidad de pensar algunos textos “sagrados” en el contexto de los tiempos que corren.
En términos filosóficos, La Biblia no irrumpió en la época con ideas revolucionarias o innovadoras. Por nombrar algunas cosas básicas: el ascetismo, el desapego por lo material, la impermanencia, son todas ideas antes divulgadas por los griegos y también presentes en filosofías orientales como el budismo. La poca originalidad de estas ideas no van en contra de la calidad (subjetiva) del código moral de convivencia que promueve. Cualquier sociedad más o menos saludable podría inspirarse en algunos mandamientos para garantizar su estabilidad si lo vemos desde un punto de vista sociológico.
La idea que personalmente me inquieta es la del “Mesías”. Es una idea que, aunque instaurada como un factor clave del Nuevo Testamento, tampoco es revolucionaria, me fascina desde el punto de vista político, psicológico y espiritual. ¿Por qué es conflictiva esta idea de un salvador?. Vamos a ordenarla en los siguientes puntos:
¿El hombre está preparado para la llegada de un Mesías?
- Sin dudas hay personas con muchas carencias. Situaciones personales y estructurales difícilmente complejas e irreversibles. Un potencial “Salvador” tendría millones y millones de seguidores porque el hombre en una gran cantidad de casos no puede o no quiere salvarse a sí mismo. Se le ha enseñado que, ante de la desesperación, solo queda “la magia” como última alternativa. Por un lado, esta idea me parece nociva, porque quita al hombre del centro protagónico de la solución de los problemas. Es decir, en general, nosotros mismos somos la solución a nuestros problemas y nadie más. ¿Y qué pasa cuando estamos en situaciones insalvables, irreversibles, infranqueables? Bueno, tal vez la “aceptación” sea algo que nos negamos a aprehender y deberíamos practicar con mayor frecuencia.
- La ciencia, los gobiernos, el progreso que nos ha llevado hasta donde hoy estamos no necesitan más de Dios. ¿Realmente creen que el poder de hombre podría postrarse ante un Salvador? El egocentrismo del ser humano jamás permitiría, aunque fuese cierto, la adoración hacia algo en teoría, más grande que él. La prueba más fehaciente es la sistemática destrucción de su propio planeta y de los individuos que viven en él.
Un Mesías resulta inaceptable en estos tiempos: por un lado, por la soberbia inherente del hombre, ya él mismo se considera un “Ser Divino”. Por otro lado, espiritualmente necesitamos entender que no necesitamos que nadie nos salve. Las respuestas están dentro de nosotros. Y sí es verdad también que existen individuos en condiciones de extrema desventaja, donde carecen de las herramientas como para salir ellos mismos por su cuenta. De eso no hay discusión. La religión o la espiritualidad, debería no ser más que un combustible, un estimulante o una fuente de motivación para empoderar al hombre y transformarlo en el centro protagónico de sus propios problemas. Las soluciones mágicas y los milagros, solo socavan el autoestima de los seres humanos, empujándolos a soltar las riendas de sus propias vidas y salir del centro de la escena.