Esperando al Mesías

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Hablar de La Biblia en pleno siglo XXI es más que un desafío. En principio, porque dentro del racionalismo actual existen posturas pretenciosas donde es más fácil banalizar todo lo relativo a la religión y adoptar una mirada autoritaria y ridiculizadora frente a aquellos que eligen creer. Sin dudas las religiones han de explicar muchas fallas endógenas propias de las trampas de sus dogmas, y también han sido responsables de grandes aberraciones por medio de sus vetustas instituciones. También han perdido terreno frente al nuevo y pujante concepto de “espiritualidad”, una corriente abstracta y amorfa que cada vez (por moda o no) tiene más adeptos gracias a su flexibiliad y por una cuesitón además innegable: la espiritualidad es algo mucho más grande y abarcativo que la religión. Aun así, espero que todos estos motivos no nublen nuestra capacidad de pensar algunos textos “sagrados” en el contexto de los tiempos que corren. 

En términos filosóficos, La Biblia no irrumpió en la época con ideas revolucionarias o innovadoras. Por nombrar algunas cosas básicas: el ascetismo, el desapego por lo material, la impermanencia, son todas ideas antes divulgadas por los griegos y también presentes en filosofías orientales como el budismo. La poca originalidad de estas ideas no van en contra de la calidad (subjetiva) del código moral de convivencia que promueve. Cualquier sociedad más o menos saludable podría inspirarse en algunos mandamientos para garantizar su estabilidad si lo vemos desde un punto de vista sociológico. 

La idea que personalmente me inquieta es la del “Mesías”. Es una idea que, aunque instaurada como un factor clave del Nuevo Testamento, tampoco es revolucionaria, me fascina desde el punto de vista político, psicológico y espiritual. ¿Por qué es conflictiva esta idea de un salvador?. Vamos a ordenarla en los siguientes puntos:

¿El hombre está preparado para la llegada de un Mesías? 

  1. Sin dudas hay personas con muchas carencias. Situaciones personales y estructurales difícilmente complejas e irreversibles. Un potencial “Salvador” tendría millones y millones de seguidores porque el hombre en una gran cantidad de casos no puede o no quiere salvarse a sí mismo. Se le ha enseñado que, ante de la desesperación, solo queda “la magia” como última alternativa. Por un lado, esta idea me parece nociva, porque quita al hombre del centro protagónico de la solución de los problemas. Es decir, en general, nosotros mismos somos la solución a nuestros problemas y nadie más. ¿Y qué pasa cuando estamos en situaciones insalvables, irreversibles, infranqueables?  Bueno, tal vez la “aceptación” sea algo que nos negamos a aprehender y deberíamos practicar con mayor frecuencia.

  2. La ciencia, los gobiernos, el progreso que nos ha llevado hasta donde hoy estamos no necesitan más de Dios. ¿Realmente creen que el poder de hombre podría postrarse ante un Salvador? El egocentrismo del ser humano jamás permitiría, aunque fuese cierto, la adoración hacia algo en teoría, más grande que él. La prueba más fehaciente es la sistemática destrucción de su propio planeta y de los individuos que viven en él.

Un Mesías resulta inaceptable en estos tiempos: por un lado, por la soberbia inherente del hombre, ya él mismo se considera un “Ser Divino”. Por otro lado, espiritualmente necesitamos entender que no necesitamos que nadie nos salve. Las respuestas están dentro de nosotros. Y sí es verdad también que existen individuos en condiciones de extrema desventaja, donde carecen de las herramientas como para salir ellos mismos por su cuenta. De eso no hay discusión. La religión o la espiritualidad, debería no ser más que un combustible, un estimulante o una fuente de motivación para empoderar al hombre y transformarlo en el centro protagónico de sus propios problemas. Las soluciones mágicas y los milagros, solo socavan el autoestima de los seres humanos, empujándolos a soltar las riendas de sus propias vidas y salir del centro de la escena.

Nunca me abandones o la impermanencia

Nunca me abandones, escrita por Kazuo Ishiguro, fue una de las mejores novelas que leí durante el 2018. Hubo películas inspiradas en la temática de este libro, tal vez la más conocida sea “La isla de los clones” protagonizada por Ewan McGregor y Scarlett Johansson. La novela trata sobre una escuela para niños “huérfanos” que son preparados desde pequeños para convertirse, alcanzada ya la mediana edad, en “donantes”. Es que estos “huerfanos” no son simples niños que han perdido a su padres o han sido abandonados. Estos niños en realidad son clones, cuyo único propósito en la vida es ser una suerte de “repuesto mecánico” para gente adinerada que requiera un trasplante.

¿Por qué me encantó esta novela? Ishiguro hace de esta obra una metáfora gigantesca. Si tuviera que describirla como una acción, sería la de un hombre viendo como un pequeño barco se va adentrando en la inmensidad del mar, cómo, ya minúsculo,  se va acercando al horizonte para perderse inexorablemente en su infinita rectitud. Es una mirada hacia atrás. Es una “última vez” de cualquier acción humana. El cocktail es explosivo: infancia y adolescencia, primaria y secundaria, culminaciones de procesos biológicos y etapas de la vida que nunca más volverán, en un contexto completamente sórdido: los clones en nada se diferencian del ganado. Esperan las donaciones (una, dos, tres, ¡cuatro!) hasta que sus propios cuerpos decidan decir “basta”.

A pesar de los diferentes detalles que tiene la novela que terminan ponderando esta sensación de angustia, nostalgia por el pasado y lo que se va, la mejor sinécdoque sin dudas son “los órganos” de los huérfanos. Son ese bien preciado que tienen ellos, que tenemos todos, que lentamente van pudriéndose dentro de nuestros cuerpos. Son una bomba temporal de vida, una fecha de vencimiento, que también resume la abstracta idea del tiempo. En este punto es donde me parece que puede entrar la idea de la impermanencia, aquel concepto utilizado en el budismo donde se nos dice que nada es estático, todo se transforma, que todo es cambiante y nada es para siempre. Al desprendernos de todo y no aferrarnos a las cosas como si fuesen eternas, más fácil será evitar el sufrimiento.

La impermanencia prevalece durante toda la novela en todo lo que se va: la juventud, los amores, las amistades, el fin del ciclo educativo. Todo se va transformando de una manera inevitable. Del otro lado están los protagonistas, estamos los lectores, que nos aferramos al pasado, a las emociones, a una novela que también se termina a medida que la leemos, a la vida misma. Y todo eso que atesoramos, se nos va indefectiblemente confiscando de la misma manera que a los “huérfanos” en la novela se les confiscan sus órganos. Se nos va quitando de manera constante todo lo que poseemos, desde lo material hasta lo inmaterial.

Valoro esta novela porque revela ese despojo involuntario en el que consiste la vida. Y refuerza la idea de que lograr un estado de conciencia que domine la impermanencia es solo para iluminados.

Facundo Adamoli

Menos tiempo para el Arte

Tiempo

Estoy escribiendo este artículo contra reloj. Porque así me lo impongo. Porque así me lo imponen. Hay una frase que nunca paro de repetir: “el tiempo es un recurso escaso”. También uso esa misma frase para referirme al concepto de atención. Cualquier asalariado que trabaje en relación de dependencia sabe de lo que hablo cuando uno se refiere al tiempo de ocio. El problema se torna mucho más complejo cuando algunos queremos dedicarnos al arte de escribir.

La autoexplotación es un fenómeno propio de estas sociedades. Al igual que el stress y la ansiedad, síntomas de un sistema inviable pero productivo para la subsistencia del individuo, el rendimiento individual al que nos sometemos produce un resíduo inapelable:  el cansancio. ¿Cómo producir arte?

Personalmente pienso que que la producción de material artístico depende fundamentalmente del nivel de desarrollo de las civilizaciones. A mayor nivel de desarrollo, mayor producción. Esto nada tiene que ver con el talento intrínseco de los individuos, sean del país que sean. El Imperio romano, por ejemplo, fue la cuna de la civilización y del arte. No porque los romanos hayan sido en sí hombres con un sentido del arte y de la estética innato, sino por la enorme complejidad cultural que encerraba el imperio y la estructura que poseía como para sustentar y potenciar esa riqueza.

No se trata de que existan culturas o razas superiores a otras. Se trata de que exista un ecosistema favorable que presente herramientas y medios para que los potenciales artistas puedan desarrollar su Arte. En este sentido, el tiempo y el ocio se vuelven fundamentales. Tampoco esto quiere decir que no existan artistas que hayan creado obras trascendentales en condiciones adversas: desde el más profundo hambre y la pobreza. Lo que intento decir es que será mayor la producción artística cuando los medio sea más favorable para incentivar esa producción.

Hoy la dinámica de las sociedades atenta contra esas posibilidades. El tiempo es escaso. La atención también. El tiempo es escaso porque hay que trabajar demasiado tiempo. Pasar horas encerrados en oficinas y consumiendo nuestras neuronas frente a emails que vienen y que van. La atención es escasa porque los estímulos son múltiples, desde celulares, televisores, cine, redes sociales, etc. Este exceso de estímulos genera stress. Podríamos tomar los ejemplos de Arlt y Kafka. El primero, un artista callejero que sin los recursos suficientes logró quedar entre los mejores de Argentina. El segundo, un apéndice de la burocracia estatal que figura entre los genios de la literatura mundial. Pero volvemos a caer en lo mismo, en los outlayers, las excepciones a la regla, los fuera de serie.

¿Qué queda para el resto? La realidad es triste. Tenemos menos tiempo para el Arte.    

La policía del pensamiento

El tiempo y el espacio son dos dimensiones a las que estamos inobjetablemente sujetos. En las grandes metrópolis, los espacios y los tiempos, toman una envergadura aún mayor. Trasladarse de un punto X a un punto Y requiere de un mayor trayecto y un mayor tiempo de demora.

El ciudadano promedio tiene una naturaleza peregrina dentro de la ciudad. El trabajo y los quehaceres nos mantienen ocupados y obligados necesariamente a trasladarnos de manera constante. Para amainar los tiempos de espera y reducir el tedio que involucra atravesar la ciudad, hemos recurrido a la tecnología para hacer de esta cotidianeidad un viaje más placentero.

Hemos apelado a nuestro ingenio para dotar a ese “tiempo” un carácter más didáctico al cruzar ese “espacio”: la sana costumbre de la lectura en un medio público se reconoce como protagonista de ese paisaje. La música también ha sido siempre otro ineluctable componente del “buen viajar”. Crucigramas, problemas de ingenio, el entretenimiento es por excelencia la actividad de ocio que el ciudadano promedio elige en su Odisea por la ciudad.

Es en el desarrollo de esas actividades donde aparece otro inextinguible compañero: el pensamiento. La conciencia, la voz interior, ese “otro yo” que a veces nos invita a divagar y soñar despiertos, es lo que nos acompaña cuando el tiempo y el espacio deciden fusionarse en un extenso trayecto. Pensamos por el mero hecho de pensar, nos hablamos a nosotros mismos para organizarnos, ordenarse, para planificar un futuro que perfectamente puede nunca ocurrir. Porque imaginar es simplemente eso: un laboratorio de supuestos, un ensayo sin consecuencias concretas, un cuento nunca escrito.

Esta última década hemos sido asediados por las nuevas tecnologías. No podemos simplemente despegarnos de nuestra computadora de escritorio ni de nuestra televisión del living. He notado que dejamos de imaginar en detrimento de mirar nuestras pantallas móviles. La música ya no acompaña nuestro pensamiento interno ni las falsas historias que inventamos cuando nos inspiramos con algunas melodías. Somos presos de la alienante costumbre de chequear el teléfono con una periodicidad enfermiza. Somos esclavos de compartir nuestros pensamiento con el otro. Somos un apéndice de una gran nube de información que no hace más que nutrirse de otros usuarios que ya no quieren detenerse a pensar.

La novela 1984 plantea una sociedad distópica donde el control social es absoluto. La policía del pensamiento es uno de los resortes de aquel superestado capaz de controlar las ideas y voluntades de los propios ciudadanos. ¿Qué tan lejos estamos de eso hoy en día? Muy lejos y muy cerca. Porque si bien la coerción no es explícita ni obvia, nos autoinfligimos el control de nuestras ideas y pensamientos: por un lado evitando pensar al estar constantemente distraídos por medio de una pantalla. Por otro lado, compartiendo cada parecer y observación con otro usuario o red de usuarios. Los demás, casi sin elegirlo, se convierten en los custodios de lo que pensamos. La rutinización de estas nuevas costumbres son el elemento primordial de esta “policía” etérea. Queda en el individuo saber en qué vale la pena economizar nuestra atención para ejercitar nuestro entendimiento.

Facundo Adamoli
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Identidades invisibles

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En la Ciencia Política existe un debate muy común y conocido entre dos conceptos que a menudo entran en tensión: ¿Libertad o igualdad? Cuando nos referimos a tipos de regímenes políticos y los analizamos, esta lógica que parece binaria (aunque en realidad todo es mucho más profundo y complejo) entra en escena. Por ejemplo: ¿puede la libertad en un sistema capitalista generar desigualdad? ¿el comunismo puede garantizar la igualdad sin poner en riesgo los valores libertarios?

Es posible que en un mundo de gigantescas asimetrías, la igualdad sea uno de los valores que aun permanecen en el “debe” de la humanidad. No obstante, si abordamos este debate desde la literatura, hay razones para darle la derecha a los iusnaturalistas: el hombre es libre por naturaleza.

Pareciera ser que el hombre, además de nacer libre, tiene la ambición por vivir sin restricciones, con toda la potencia de su ser, su esencia (aunque limitada por su cuerpo) está hecha para vivir mil vidas.

El lobo estepario de Herman Hesse, La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde y Uno, ninguno y cien mil de Luigi Pirandello, tienen algo en común. Cada uno de sus protagonistas, refuerzan que el hombre no puede aspirar hacia otro valor que no sea la libertad.

En El Lobo estepario, Harry Haller atraviesa un proceso de “metamorfosis” psíquica cuando comienza a darse dentro de sí el feroz debate que existe entre “el hombre” y el “lobo” que anida en su interior. Harry, un hombre solitario y viejo, comienza a experimentar en el ocaso de su vida nuevas sensaciones que para siempre estuvieron alejadas de sus costumbres: las mujeres, el sexo y las drogas comenzaron a ser parte de su espacio vital en ese momento de su vida. Hesse plantea básicamente que el hombre es un ser multifacético: muchas personalidades ocultas pueden vivir dentro de nosotros.

En su obra de teatro, Wilde también juega con dualidades. Los dos principales protagonistas, Jack y Algernon, tienen identidades alternativas para vivir una suerte de doble vida. El “Bumburismo” es una práctica bautizada por el entrañable Algernon en honor a su falso e inexistente amigo “Bumbury”, un anciano enfermo al que debía visitar cada vez que necesitaba de una excusa para evitar ciertos compromisos. De igual modo, Jack también tenía su “doble”, Ernesto, a quien interpretaba cada vez que iba del campo a la ciudad.

Por último, Pirandello abre su novela “Uno, ninguno y cien mil” con una escena donde la mujer de “Genge”, el protagonista, le hace notar que su nariz está corrida un poco hacia la derecha. Este descubrimiento lanza a Genge a realizar una introspección sobre sí mismo. En ese viaje hacia su interior (y exterior), comprende que él no es quién creía ser por mucho tiempo. Pirandello desnuda la cuestión del ser de una manera minuciosa y precisa: uno es uno, también ninguno y cien mil más.

Los Comics tienen reminiscencias con estas obras también. Es común que todo superhéroe tenga una identidad secreta. Es preciso desdoblar al “ser” para cambiar, evolucionar o trascender una esencia que falsamente se nos asigna como rígida. Nuestra esencia es completamente líquida y el hombre siempre tiende hacia eso, hacia las bondades y posibilidades que nos ofrece la bendición de ser libres. En nuestro camino por la vida, somos señalados y catalogados como “tal cosa”, y hasta, como diría Pirandello, nos convencemos de que somos de una manera y no de otra. Olvidamos que tenemos ese valor supremo en nuestras manos y morimos siendo uno y no varios. Y en el mejor de los casos, cuando queremos revelar aquella identidad desconocida que reside en lo más recóndito de nuestro ser, tendemos a enmascararla con pseudónimos que nos hacen olvidar nuestras múltiples esencias.      

 

Facundo Adamoli

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Carta al padre (El Día del Padre)

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El domingo pasado se festejó en Argentina, y en otros países del mundo, el  ¨Día del padre”. Esta data forma parte de la tradición de la cultura occidental y, aunque a lo largo del globo varían las jornadas en los que es celebrada esta fecha ecuménica, la gran mayoría tiene como base del aniversario a la biblia cristiana. El “Día del Padre” es en realidad una fecha religiosa ya que, como se escribe en la Biblia, fue San José el padre adoptivo de Jesús y en consecuencia, la figura paterna por excelencia dentro de las sagradas escrituras.  

San José fue el progenitor de una de las figuras más controversiales de la historia de la humanidad: Jesús de Nazaret. Desde el punto de vista histórico y místico, es imposible discutir la trascendencia y el legado del llamado “Mesías”. José fue el mentor de un joven extraordinario: para algunos, el hijo de Dios en la tierra, para otros un joven revolucionario que logró cambiar el curso de la historia de la humanidad.

La “Carta al padre” del escritor checo, Franz Kafka, vuelve a resignificar la figura del padre en estos tiempos donde hasta el mismo concepto de “familia” está en jaque. En su obra, Kafka escribe una suerte de descargo hacia su progenitor, a quien marca como principal responsable de una variedad de traumas y pesares que tuvo que cargar a lo largo de su vida. La carta explica que Kafka terminó por ser un residuo de la ominosa crianza de un hombre recio, frío y hasta por momentos cruel.

Hermann Kafka y José de Nazaret tiene algo en común: ambos son padres de la genialidad. Ambos son padres de figuras trascendentes. Ambos son padres de personajes de los cuales se ha escrito mucho y han inspirado libros de la historia mundial. A su vez, aquellos hijos que criaron (bien o mal) se convirtieron en padres no biológicos de un legado universal.

Franz Kafka fue el resultado no buscado de un padre inflexible. Personalmente, La “Carta al padre” no desnuda en su impecable argumentación las falencias y bajezas de Hermann Kafka. Sorprende el nivel de profundidad del joven escritor en lo relativo a su autoconocimiento: los razonamientos que llevan a vincular las causas y consecuencias de lo que él ve como sus limitaciones cotidianas en la vida, reflejan una sensibilidad extraordinaria. Merece leerse “Carta al padre” no desde las acciones específicas que Hermann Kafka perpetra en la educación del Kafka exitoso, sino desde el proceso inverso: las perturbaciones psicosociales de Franz como resultado de un padre inclemente. Kafka ha logrado identificar a la perfección causas y consecuencias de esa simbiosis, en eso reside a mi entender, la genialidad de la obra.

Ahora bien, Franz Kafka es un resultado no buscado de una educación que ha repercutido severamente en su vida y logró perturbarlo de por vida. Lo que para él ha sido un flagelo en su vida personal, ha sido un beneficio para el resto de la humanidad que se ha regocijado con su inmenso talento. No pueden concebirse las obras póstumas del escritor checo sin la necesaria influencia de su padre. La reacción en cadena en la historia es notable: una innumerable fila de grandes escritores son hijos de este gran padre.    

Existen padres en casi todos los ámbitos: en la filosofía, en la historia, en la literatura y hasta en el deporte. La paternidad no es algo sencillo y tampoco es algo se sea estrictamente maleable: no se puede construir al genio. Pienso que este concepto es mucho más amplio de lo que parece y tiene un impacto con un alcance mucho más trascendental de lo que se puede apreciar. Ser padre en definitiva tiene como consecuencia directa generar gestos que reverberan en otro ser, que de una forma u otra, para bien o para mal, también se amplifican en los anales de la historia.

Facundo Adamoli

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Poesía: el formato perfecto para el siglo XXI

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Muchos filósofos, como Byung Chul-Han, han teorizado sobre el efecto irrefrenable de las sociedades de rendimiento. En la actualidad, la vida en las grandes metrópolis y las exigencias del capitalismo, obligan a los individuos a la autoexplotación: no solo en lo laboral sino también en otros rubros. El multitasking es un fenómeno que se deriva de ello. El tiempo parece un bien escaso.

 La carga horaria laboral ocupa casi el 40% del día. El resto de la jornada queda para otros menesteres como practicar algún deporte, dedicarle tiempo a nuestra familia, ir al médico, trámites o cualquier otro tipo de obligaciones. ¿Donde queda el lugar para el arte?

El tiempo es un bien preciado en estos tiempos. Y es por eso que para todo aficionado a la literatura, la acotada agenda es el principal enemigo a la hora de ¨crear¨. Para aquellos escritores amateurs que no pueden darse el lujo de dedicarse full time a este arte el problema sea vuelve mayúsculo.

En este contexto, la poesía es el formato perfecto del siglo XXI. ¿Por qué? La poesía es un formato que permite volcar en pocos versos, el talento y la sensibilidad del escritor. El punto no es establecer qué es mejor: un cuento corto, una novela, un ensayo o una poesía. La idea primordial es que, en estos tiempos, la poesía nos da la posibilidad de generar un ¨arte express¨.

Escribir una novela demanda de mucho esfuerzo y tiempo. Escribir un cuento corto también. La poesía puede nacer a partir de un ataque de inspiración y escribirse en tan solo cinco minutos. Encuentro que es el ¨gimnasio perfecto¨ para no perder la sana costumbre de escribir.

Si en estos tiempos que nos rodean, y más para los que escribimos de manera amateur, esperamos escribir la gran novela, nos encontraremos con muchas frustraciones (derivadas de la falta de tiempo). La gran novela puede escribirse, pero quien quiera tener cierta continuidad tanto en la lectura como en la escritura, no debe jamás soslayar las bondades que nos ofrece este gran formato literario que es la poesía.

Facundo Adamoli

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Huck, el niño interior

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Huckleberry finn es una novela escrita por Mark Twain que narra la historia de un niño y un afroamericano que escapan de sus propios problemas en una balsa a través del mítico Mississippi. Huck busca escapar de un padre alcohólico y golpeador. Jim, un esclavo negro, intenta buscar nuevos horizontes en los hostiles estados sureños de Norteamérica. Alejados de los prejuicios raciales y de clase, Huck y Jim emprenden una serie de aventuras donde el sentido de la amistad y el valor son transversales a cada capítulo. Más allá de las problemáticas de segregación racial y marginalidad previa a la Guerra de Secesión americana, esta novela ahonda en otras temáticas aún más profundas.

Quisiera, a partir de tres elementos, ver como Mark Twain, reivindica la figura de la niñez en su novela:  

a) Solo sé que no sé nada: la niñez es una etapa formativa del hombre. El cerebro de un niño es como una esponja que no para de absorber información. Es el momento de aprendizaje, donde lo obvio, es en realidad un mundo nuevo por descubrir. La experiencia, es esa herramienta que aun no ha adquirido, pero paradójicamente, es también una gran ventaja. Los padres de la filosofía en la antigua Grecia, practicaban el ascetismo y el aislamiento. Una de las razones era que solamente a través del silencio y contacto con uno mismo, evitaría la contaminación del conocimiento y otras ideas. La innovación y la productividad surgen como resultado de esta práctica. El paralelismo es válido. La mente de un niño no se encuentra sesgada por información o experiencias que pueda tergiversar su pensamiento y sus mecanismos de razonamiento. Las acciones de los niños, son en esencia, puras.

b) El poder de la imaginación: una vez que abandonamos como hombres la niñez, tendemos a dejar de imaginar. Es decir, cuando ya no jugamos con muñecos o nos desentendemos de nuestros amigos imaginarios, la imaginación tiende a atrofiarse si es que no practicamos la escritura o algún otro arte. Es posible también que solo utilicemos la imaginación en función de la ambición. Otro secreto de la niñez reside en el increíble ejercicio de imaginar de forma permanente. Huckleberry Finn y Tom Sawyer atraviesan dificultades complejas escudados en la imaginación, entendiendo que la vida es un camino lleno de vicisitudes que merece ser transitada con alegría.

c) La naturaleza del hombre: ¿tiene el hombre una naturaleza? este debate requiere de una mesa infinitamente larga para poder sentar a todos los filósofos que han escrito sobre este punto. No se puede hablar de manera categórica sobre una cierta naturaleza, pero es evidente que el origen de la naturaleza del hombre, se presenta como ¨buena¨ o ¨inocente¨. Y esto se ve reflejado en las intenciones puras de Huckleberry Finn por ayudar a su amigo y escapar de de la marginalidad.
Huckleberry Finn revela el poder invisible que tenemos cuando aún somos niños, cuando aún no estamos corrompidos ni contaminados por el mundo. Hace foco y cuestiona la idea de por qué al cumplir años, deberíamos abandonar prácticas y posturas esenciales al hombre.

Facundo Adamoli

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La ecuacion de Cortazar

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La literatura siempre ofrece un amplio margen para múltiples interpretaciones. Los contenidos son diversos y la subjetividad, utilizada con criterio, abre miles de portales que aportan perspectivas de lo más eclécticas. Ahora, justamente es Rayuela, del escritor argentino, Julio Cortazar, una obra de la cual puede extraerse infinidad de comentarios oportunos.

Rayuela: es difícil sintetizar la novela, pero bastará para este artículo con decir que trata sobre una historia de amor entre Horacio y La Maga. La mayor parte de la historia transcurre en París, para luego concluir el relato en Buenos Aires. Es preciso remarcar también, que esta novela tiene diferentes formas de abordarse: la lineal y la no lineal. Es decir, los capítulos pueden leerse en orden o de manera desordenada. Este innovador recurso literario, permite que la obra tenga más de una forma de interpretarse.

Cortazar me inspiró a darle una vuelta de tuerca a la interpretación de su obra. Es decir, el mero hecho de escribir una novela con la posibilidad de encararla a partir de distintos puntos de partida, también me sugiere que el sentido que yo le de a la misma sea un tanto disruptivo.

El hecho de que Rayuela pueda ser leído de forma lineal o no lineal, es un gran disparador. En primer lugar, es muy común que tengamos una concepción de lineal del tiempo y de la historia. ¿Por qué no pensar, como en Rayuela, que las historias pueden ser contadas de diversas maneras? ¿Por qué no encarar la historia desde el final hacia el principio, comenzando por las consecuencias y llegando a las causas? A partir de cómo está estructurada la novela, Cortazar nos obliga a razonar de manera diferente, saliendo de los patrones tradicionales del pensamiento.

Otro punto que quisiera remarcar es el hecho de que en Rayuela, habita más de una novela. Esto es interesante, pues, en la teoría de los mundos paralelos, por ejemplo, se plantea que la historia puede transcurrir de forma diferente tantas veces como probabilidades hayan. Pareciera ser que Cortazar, a través del libro, indica: ¨Esta historia sucedió así, pero también pudo haber sucedido de esta otra forma”. Este es un interesante abordaje si creemos que la historia de nuestra vida es producto puro de una mera probabilidad.

Rayuela es lo disruptivo. Es interesante pensar en este libro cuando queremos salirnos de los moldes. Resulta una herramiento fundamental para pensar lo distinto, con otros esquemas, con otros procedimientos. Rayuela para mí es una ecuación: un cálculo de un matemático que inventó lo diferente.

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Generación Huxley

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En el año 2000 saludamos el nuevo milenio. El siglo XXI trajo aparejado nuevas tecnologías, nuevos paradigmas de conflictos y cambios radicales a nivel cultural. Es posible que en los últimos 25 años el cambio tecnológico haya tenido un impacto significativo en la manera en la que vivimos. Los medios de comunicación han sufrido una dramática transformación con el desarrollo de internet y el desembarco de las redes sociales.

La tecnología evoluciona ¿el hombre no?. Existen etiquetas sociológicas para describir el cambio de comportamiento de las últimas generaciones:

Baby boomers (1946-1965): Son parte de una fuerte explosión demográfica que se dio luego del fin de la segunda guerra mundial y una etapa de bonanza económica. Atravesaron una época de expansión en los derechos individuales. Están fuertemente marcados por el individualismo como derecho primordial.

Generación X (1965-1980): A menudo llamada ¨Generación MTV¨, esta generación experimentó cambios políticos y sociales importantes como la caída del muro de Berlin y la aparición del SIDA. Bombareada por el pujante consumo y la aparición de internet, esta generación creció fuera de la Era Digital.

Millenialls (1980-2000): Experimentaron la democratización de la información con el incipiente crecimiento de internet. Fuertemente comprometidos con causas sociales, políticas y con fuerte participación ciudadana, las redes sociales fueron un inmejorable canal para agregar sus expresiones y demandas cívicas. Esta generación es una suerte de híbrido entre aquellas que nacieron fuera del paraguas digital y las que no conocieron un mundo sin conexión a la red.  

Generación Z (2000- presente): Si la Generación Milleniall creció bajo la democratización de la información y el exponencial crecimiento de internet, la Generación Z marca una época donde el individuo es completamente dependiente de la conexión a la red y de los dispositivos móviles.

Esta última generación, la he denominado como la Generación Huxley, en honor a la novela Un Mundo Feliz de Alodus Huxley. Creo que esta camada de niños y adolescentes, es la que mejor refleja esa distopía futurista que imaginó el autor británico. Dicha sociedad futurista, está caracterizada por el exceso de estímulos que provienen del fenómeno del multiscreen. El multiscreen, es una tendencia que implica la interacción simultánea de varias pantallas (TV, móvil, tablet, etc), forma parte de un cierto mecanismo de control de la atención. El paralelismo no es forzado: los índices de consumo de nuevas drogas aumenta a una escala casi vertical, lo cual nos acerca al triste célebre ¨Soma¨ (la droga futurista de los jóvenes). Las nuevas aplicaciones de celulares, como Tinder, asemejan a la infinita oferta sexual que planteaba Huxley en dicha sociedad: la reproducción en los laboratorios mientras que el goce a través del sexo ilimitado formaba parte de la gigantesca y perversa red de estímulos. El amor y la familia, dentro de las novelas, eran conceptos ya desterrados de la sociedad.

La Generación Z va tomando el color de la Generación Huxley. Faltan años luz para que la reproducción sexual se de en tubos de ensayo de laboratorio pero ¿qué sucede con la excesiva dependencia hacia las multipantallas? ¿qué resultado tiene sobre un individuo esta enorme red de estímulos? El mayor desafío de la Generación Z, es probarle al mundo que fuera de la multipantalla, existe un margen para cortar el torrente de excesiva información, trabajar el pensamiento propio y sus cualidades individuales.  

Facundo Adamoli

@facuadamoli